miércoles, 28 de agosto de 2013

La última fiesta

Hace muchos meses que no veo a ninguno de mis amigos (salvo alguna pequeña excepción).
Desde luego hace años que no tengo ganas de salir, de verlos, de hacer nada.
La soledad es dura, pero tiene cosas buenas. O eso dicen.
Bueno sí, algo bueno sí tiene: te puedes tirar todo el día en la cama sin dar explicaciones, puedes ponerte a llorar sin motivo y nadie te pregunta, puedes comer a las 8 de la tarde, cenar a las 2 de la mañana, o no cenar o no comer...

Dejando al margen estas  deprimentes bondades de vivir sólo y con depresión, está claro, necesitas matar el aburrimiento, calmar el dolor, la ansiedad, la tristeza, la melancolía, la angustia, el sentimiento de culpa...

Con este panorama y sin ganas ni fuerzas para salir ni hablar ni nada de nada, te haces nuevos amigos.

El antidepresivo, que te sujeta las lágrimas y te levanta de la cama esos días que te tapas la cabeza con la almohada para fingir que no hay nada a tu alrededor.

El orfidal, igual tu mejor amigo, te tranquiliza, te abraza, te calma, te cuenta cuentos en la cama.

Lormetazepan, quetiapina..., te ayudan a dormir en tus largas noches de insomnio.

Algún día incluso te permites algún tirito de cocaína, otra vieja amiga, aunque traidora como ella sola.

Y así pasas un día, y otro, y otro más, hasta que un día te animes a dar una fiesta con todos tus amigos.
La última fiesta.

moumell

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